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Epitafios Vadinienses




En las estribaciones del Mons Vindius, un territorio conocido hoy en día como los Picos de Europa entre el oeste de Cantabria, el este de Asturias y el noreste de León habitaron unas gentes que tuvieron ilusiones, que lucharon para sacar adelante sus vidas, y las de sus familiares y amigos, que honraban a sus caballos como uno de los bienes más preciados que trascendía nuestro concepto sobre la pertenencia, sobre la identidad, sobre el más acá o el más allá. No eran pues muy diferentes de nosotros que año tras año celebramos u honramos a nuestros antepasados, amigos y seres queridos ya desaparecidos en un día como el 1 de noviembre.
Picos de Europa (Vistos desde Cantabria)


Estas “gentes” llamadas así mismas Vadinienses pertenecieron a su vez al pueblo cántabro y astur. Aquellas tribus tuvieron a Corocota como máximo exponente de lo que significa luchar por mantener una identidad propia, incluso contra un imperio como el de Roma y su entonces Imperator Octavio Augusto, unas décadas antes de que en Nazaret se adscriba el nacimiento de quien marca nuestro calendario. Tras el transcurso de sus guerras con Roma a través de los años, astures y cántabros en general y los Vadinienses en particular acabaron aculturando y aceptando unos modos de vida que, cerca o lejos de su intención, no les quedó más remedio que acatar. Ese dialecto de aquellos inicialmente extraños y forasteros romanos y de los que acabaron formando parte, hoy por nosotros sigue siendo utilizado tras siglos de evolución. En esa misma lengua plasmaron los habitantes de Vadinia allá por el siglo II y III d. C. en unas estelas funerarias (de las que hemos heredado las lápidas y epitafios de nuestros cementerios) el inmortal recordatorio en piedra sobre la memoria de quienes transitaron por esos preciosos lugares de montaña.
Ahora que tan de moda se ha puesto el mundo antiguo y el dux lusitanorum, es decir el “caudillo” o el “jefe tribal” de Viriato por la televisiva serie de Antena 3, llamada Hispania, afloran a mi mente una curiosa asociación de imágenes grabadas sobre roca que descubrí hace ya algunos años en una visita al museo de San Marcos en la ciudad de León sobre epigrafía funeraria (epitafios que recuerdan la muerte y señalan el lugar de entierro de alguien) de los Vadinienses. Eran grandes cantos rodados de ríos en los que además de relatar quienes y para quién habián mandado erigir dichas estelas, aparecían grabados ciervos pero sobre todo caballos en actitud libre, galopando o al trote. Muchos de ellos con el nombre de quien había dejado su lugar entre sus compañeros y acompañadas de una serie de signos astrales, relacionando un último batir de cascos antes de la despedida, una última vuelta por el mundo antes de ese tránsito, de esa salida o ese comienzo. Lo cierto es que esa metempsicosis o “transmigración del alma de un cuerpo humano a un animal” para liberar nuestra parte de esencia pura no material, y que siga avanzando al trote entre estrellas y hierbas nos hace dar un sentido racional a la mayor e irracional batalla a la que el ser humano se tiene que enfrentar: La muerte.
Y puesto que son estelas funerarias, recogen e inmortalizan a quienes van erigidas, algunas recogen quien ha encargado su elaboración y los lazos de parentesco que los entroncaban. Como ejemplo de ello nos encontramos con una que llamó mi atención hace ya unos cuantos años. Maisontina es su protagonista, Liegos en el valle del Burón (muy cercano a Riaño, León) es el lugar donde se desarrollaron los hechos. Una eminencia en Historia Antigua como José María Blázquez en su análisis epigráfico nos habla de Aliomus el padre y dedicante, nos describe que la cruz sea probablemente un signo astral (yo llegué a la misma conclusión cuando la vi por primera vez y se compondría de unas 9 estrellas, quizá la constelación de Géminis con Castor y Pollux por su culto o la del cisne, por su semejanza con la cruz; aunque está lejos de verificarse aún esta interpretación) y el caballo en actitud de marcha con una marca en forma de 8 sobre su anca. La cruz (que para nada tiene relación con lo cristiano puesto que la cruz como símbolo cristiano es bastante posterior, así como la llegada de estas creencias a estos lares) aparece también en Numancia en al menos un par de pinturas sobre caballos, toros y peces, así como el adorno que aparece sobre el anca del caballo que también se encontró en Numancia en un vaso de peces y probablemente tiene también con significado astral. Las letras dicen tal que así:

D(iis) M(anibus) M(onumentum) P(osuit) ALIOMUS PARENS FILIA SUAE PIENTISSIMAE MAISONTINI: P(lus) M(inusbe):AN(norum): XVIII.
Cuya traducción sería: “A los dioses Manes. Un monumento puso Aliomo a su piadosísima hija Maisontina, de unos dieciocho años (más o menos)”. Una posible descripción de su historia está perfectamente reconstruida con su pequeña parte novelada para darle verosimilitud y muy bien documentada por cierto (podeis leerla aquí: http://www.lavozdesalamon.com/archivos%20pueblo2004/maisontina.htm)
No hace mucho tiempo he tenido la oportunidad de montar a caballo, de descubrir los lazos emocionales que se experimentan entre jinete y montura, de la sensación de libertad y del hermanamiento que se produce entre dos seres que acompasan su movimiento para ir juntos hacia la misma dirección. No hace falta narrar aquí la significación que para los Vadinienses tendrían esos caballos que criaron con esmero y que formaron parte de sus propias vidas, tanto que al abandonarlas se transformaban en uno para seguir al trote, libremente su propio camino, sin las ataduras y las complejidades de este mundo.
Otra curiosidad asociada también a los Vadinienses y en relación con un nombre que en ocasiones utilizo desde hace tiempo es el de Lepidus un nombre latino que significa, gracioso, jocoso, alegre, lindo, amable, ingenioso. El azar, simulando a los dadaístas en una ocasión que tenía necesidad de un nuevo nick convirtió a Lepidus como era conocido en el cognomen de rigor al abrir un diccionario de latín por la mitad y a su total y libre albedrío y de ahí salió el nombre. ¿Y que relación hay entre Lepidus y los Vadinienses?

Estela Vadiniense Lepidus

Esta misma: «MON(UMENTUM). l. ANTONIO AQUILI FILIO VADINIENSI ANNORUM XX LEPIDUS NEPOTI SUO POSUIT» (“Lépido puso este monumento a su sobrino [o nieto] L. Antonio, hijo de Aquilo, vadiniense, de 20 años de edad”).
Por lo tanto estos días en los que se asan castañas, el frío y el agua fraguan junto con el viento hasta construir verdaderos muros de melancolía, de recuerdos, de situaciones en las que la luz pasa de amarilla, brillante y vivaz a gris, apagada y tibia no hay que olvidar que las horas forman parte de unos ciclos, como los meandros de los ríos, como las hojas de los árboles. A veces es necesario pararse y empaparse levemente de esa morriña para aprehender en toda su magnitud que somos algo más que estrés o que sonrisas, o buenas noticias, pero nunca hay que perder de vista que como el curso del agua, no se para aunque siempre veamos un fondo cristalino aparentemente inmóvil y quieto, si introducimos el brazo en el agua nos daremos cuenta de que la corriente existe y no deja que nada se pare.
Por lo tanto sigamos el curso de la corriente y una vez que nos hayamos parado y lo hayamos percibido, bebamos agua de nuevo y continuemos nuestro viaje, hacia la siguiente ruta, entre hierbas o estrellas, siendo conscientes de que nuestro trazado lo marca ese caballo libre que ondula sus crines al viento y con el que siempre somos capaces de disfrutar como cuando eramos niños y no existían miles de limitaciones de las que nos cargamos a cada momento. ¡Que la tierra nos sea leve y que no nos pare ni el viento!
Chema García