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La montaña y la cultura rural en nuestros días





Resulta difícil acercarnos a la "cultura rural". Quizá por que quienes están inmersos en ella y son un agente activo que socializa y recibe y emite rasgos distintivos de la misma la considera parte de sí, de su mundo y la tiene tan interiorizada que no permite a "otros" y menos a los "urbanitas" qué le digan qué tiene que o debe pensar o sentir cuando tantas veces se le ha cuestionado desde "aquellos" que deboran los productos que tanto mima y trabajo, tiempo y esfuerzo le ha costado obtener, aún a costa de sus "no vacaciones" de sus "exiguos descansos" de sus "casi ausentes relaciones sociales que no sean con un entorno que tan de cerca y bien conoce". 
Quizá por que los que no vivimos inmersos en esa forma de vida, nos dejamos casi siempre llevar por los prejuicios de quienes la minusvaloran y además tachan peyoritavemente de "popular" "ignorante" y otros apelativos peores.
Lo cierto es que al llevar eso a cabo estamos idealizando  la cultura de una sociedad post-industrial e idealizada (cuando la que es un "constructo" y la "rara" e "ignorante" muchas veces es precisamente la post-industrial y no la otra que durante miles de años nos ha permitido llegar donde estamos, aún a costa de "triturar" el campo y "cargarnos" una forma de vida sin la cual careceríamos de la herramienta más básica y primaria: Nuestra alimentación).
Hay otras disciplinas científicas que abordan el estudio del comportamiento humano desde otras premisas, pero la antropología precisamente no busca el conocimiento objetivo de lo que ha ocurrido en esa comunidad de seres humanos, sino cómo lo han vivido sus individuos cómo tales o cómo grupo. Es decir busca conocer no los hechos que fueron importantes sino qué parte o cómo se produce la interrelación social y económica o mágico-religiosa entre los mismos para que tenga tanta importancia.
Por lo tanto no trata de discernir entre los hechos y la realidad, sino de comprender el funcionamiento de la realidad subjetiva del "nosotros" y cómo se refuerzan las relaciones frente al "ellos" que no forman parte de nuestro grupo.
Evidentemente los planteamientos teóricos y metodológicos son muy diferentes dependiendo de los investigadores que los lleven a cabo. Si tenemos todo esto presente y si a mayores le unimos la propia duda existencial de ¿Quién es un analfabeto? Probablemente si dejamos a un "urbanita" o persona de ciudad sin luz ni energía durante un invierno en una zona de montaña, esa persona no sobreviviría pues no conoce ni el entorno, no sabe plantar, cultivar, recoger, cuidar de los animales, echará en falta los supermercados y esa multitud de electrodomésticos y aparatos tecnológicos de los que parece que sin ellos el ser humano no llega  a lo que Maslow denominó autorrealización. Por lo tanto hay muchos tipos de conocimiento y "lo superflúo" en ocasiones cambia y el objeto de las burlas se puede convertir en el sujeto que las emite.
Además la historia lo que sí nos muestra, a poca perspectiva con la que la observemos (y tampoco hay que caer en el debate clásico de Oswald Spengler y Arnold Toynbee sobre si las civilizaciones siguen unos ciclos que se repiten en la historia y si nuestra mal llamada "Civilización Occidental" pueda escapar o no a ellos) es el cambio y alternativa que se producen entre el campo y las ciudades. Produciéndose un desarrollo de los primeros para alternar con una caída y desarrollo posterior de los segundos y así constantemente ante sucesivas "crisis", ante la mirada impasible de esos habitantes de la montaña, forjados por el sol y el frío, por la intemperie y lo rudo de una vida que también otorga alegrías y sentimientos cómo a cualquier ser humano.
Por lo tanto las montañas y sus gentes, no son ajenas a las modas, a los cambios, a la minería, al desarrollo expansivo en apenas decenios y a la pérdida de todo aquello con lo que con tanto ahínco se amó y de lo que tanto cuenta desprenderse tras su pérdida y abandono.
Que determinados seres humanos sean más callados no quiere decir que no hayan sufrido impasibles, sino que su carácter les ha enseñado a luchar, a aguantar y a levantarse de nuevo pues ante la nieve y la soledad de nada sirve quejarse.
Estoy convencido, aunque no llegó un año el que yo mismo me crié en una zona de alta montaña, de que somos nosotros los que tenemos que aprender mucho aún de esas gentes de la montaña y no ellos de nosotros y más en tiempos de crisis en las que antes o después las ciudades se transforman y son las montañas y el campo los que albergan una cultura rural de la que nunca podemos ni debemos dejar a un lado.

Chema García